Sentimos la muerte de muchas maneras.
Cuando nos rompen el corazón, cuando se quiebra un sueño. Cuando un ser querido se ha ido para siempre.
Sentimos la muerte y morimos despacio entre tragos de vacío y botellas de vino añejas.
Morimos hasta quedar totalmente desaturados, insípidos y agusanados.
Hay quienes sienten la muerte tan inconsolable y dolorosa, que se visten de armadura para evitarla y convencernos de que no sienten nada: ni amores, ni miedos, ni amores, ni nada.
Esta noche que te has ido, siento que me muero. Siento tu recuerdo ya difuminado en la neblina de mis ojos enamorados, viéndote partir y añorando tu regreso. ¿Hasta cuándo?, ¿Hasta dónde?
Cuándo... Dónde...
La muerte momentánea ya es deseada, añorada. La muerte de tu ausencia, agonía intransitable.
¡Qué me duerman! Qué me duerman... Y que sólo el réquiem de tu alma me devuelva.
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