Cierro los ojos y escucho el mismo tema una y otra vez, sin ti. Te recuerdo en silencio mientras imagino tus ojos mirándome como nunca lo han hecho. Comienzo a vivir un sueño donde somos los actores principales. No es común, ya que no hay nada común entre lo nuestro.
Me acarician los acordes de la décima sinfonía, respiro profundo y recuerdo la primera vez que te vi, la primera vez que me hablaste. Recuerdo mi estómago revuelto pensando en lo que podía ser o no ser. Si era o no el principio de algo. Recuerdo las olas del mar y la emoción serena de leerte a pocos días de haberte conocido.
Fue un cuatro de abril, bajo la luna ahogada entre las playas, que escribí los primeros versos en tu nombre. Los primeros versos de la historia de una nueva vida. Los primeros versos erguidos a la devoción de lo desconocido, a lo inexplicable, a la odisea de un Homero que empieza en casa y termina en casa.
Y te conocí… te conocí las máscaras y los muros que como un ejército resguardan lo valioso de tu alma. Me sentía atraída a descubrir lo que se ocultaba detrás de tus ojos castaños, de tus ojos en los que me miraba, esos ojos que dices no esconden nada…
Me enseñaste a no perder la cordura, a esperar con paciencia y a entender más allá de las formas que tengo de entender. Me enseñaste a valorar cada pequeña palabra que me dabas, cada sentimiento enterrado que compartías conmigo, a doblegar el ego por señales de vida. A mirar dentro de ti, porque siempre supe lo mucho que te costaba.
Me enseñaste a luchar por un alma escondida que busca entre las sombras ser reconocida, y que guarda entre sus dedos la salvación, una luz infinita.
No puedo explicarte cómo me emocionan tus pequeñas pistas, esas que me abrazan sin encerrarme entre tus brazos, esas que me hacen amar tu tibio corazón herido. No sé ni cómo explicar lo que siento cuando extiendes tu confianza, que no has de brindar a nadie, la que ha sido encadenada por vivir y derrotada en el inframundo de los verbos en pasado.
Andamos por la vida, revoloteando entre nuestros errados aciertos, ya sin discernir entre lo que es bueno y lo que es malo, sintiendo a veces que no queda nada adentro. Hasta que las líneas se tocan, las voces se ensordecen, y la música se funde entre nuestras almas.
Es cuando veo caer los muros, no veo el mismo rostro enmascarado. Te veo como un niño, como un ser completamente frágil y desnudo. Y veo esa mirada hundirse como daga en mi corazón enternecido, que sabe que te ama, y que sueña que lo amas. Que lo siente cuando le acaricias, cuando le hablas sin palabras… y aunque le hagas el amor y te vistas de armadura, aunque ni si quiera pueda estar contigo, sabes que yo sé de ti y siempre estarás a salvo conmigo.
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